Una lectura de la violencia y del crimen de Fernando Báez Sosa

“No se puede luchar contra la violencia si pensamos que las personas son esencialmente buenas o malas”, dijo la especialista en la temática María Belén Berruti y consideró que la violencia es un “grave problema de salud pública”. “Ejercer y/o tolerar la crueldad es algo que se aprende”. ¿Por qué pensamos que el violento siempre es el otro?
Noticias de Mar del Plata. Una lectura de la violencia y del crimen de Fernando Báez Sosa

El año arrancó con el país pendiente del juicio a los ocho acusados de matar a Fernando Báez Sosa. Antes y después del homicidio, ocurrido el 18 de enero de 2020, hubo golpizas similares. Sin ir más lejos, en el verano de 2006, a la salida de un bar en Ferrugem (Brasil), mataron a Ariel Malvino y los videos con peleas entre hombres se viralizan de forma constante. 

La licenciada en psicología y Directora General de Políticas de Género de la municipalidad, María Belén Berruti, dialogó con Región Mar del Plata y analizó la violencia tan omnipresente en la sociedad. ¿Cómo se desaprende? ¿Por qué el violento siempre es el otro? Un problema social que requiere del compromiso de todos. El crimen de Fernando Baez Sosa y un relato reproductor de violencia.   

La especialista sostuvo que la violencia machista es una violación a los derechos humanos, un grave problema de salud pública y también económico. “Tiene costos altísimos para los estados porque deteriora la salud y con ello impacta en la productividad y en las posibilidades de desarrollar una vida plena en sentido individual y social porque no impacta solo en las personas que la viven, digamos, directamente sino también en los entornos. Además, siempre las situaciones de violencia e incluso ciertos conflictos bastante habituales generan tensión, tristeza y dificultades de todo tipo: anímicas, físicas, en la capacidad de vincularse, de aprender”. 

“Una sociedad de individuos afectados por estas prácticas no puede crecer con la misma vitalidad que si esas situaciones no se produjeran y no se toleraran”, dijo.

Berruti, quien además es Magister en Género y Políticas Públicas, consideró que tanto la violencia machista como la violencia en general son problemas públicos. Así lo ha reconocido la legislación internacional y también todos los niveles del Estado. 

Todas las personas e instituciones están involucradas y deben comprometerse en la erradicación de estos problemas porque atraviesan todos los espacios sociales. También tienen una dimensión cultural entendiendo a la cultura como una dimensión muy relevante en la construcción de significados”, expresó. 

En cuanto a las soluciones, manifestó que “cada sector debe aportar lo suyo, y revisar constantemente lo que aporta. No se puede querer abordar o responder a un problema actual con marcos interpretativos absolutamente anticuados, sesgados, que no se auto cuestionan nada como tampoco depositar todo el peso, por ejemplo, de la prevención en un solo sector. Debemos asumir modelos más interactivos, interinstitucionales, forjar tramas más fuertes en todos los niveles de intervención que se sostengan a largo plazo”. 

Violento siempre es el otro 

La especialista retomó la idea de que es un problema social: “Todos participamos de sus diferentes construcciones discursivas y diferentes prácticas. Las violencias siempre han sido enigmáticas. Son parte de la historia de la humanidad. Son diversas y multiformes. Las hay microscópicas, de impacto por acumulación, mayúsculas, de impacto por potencia, las hay letales y las hay invalidantes o dañosas en grados menos cuantificables”. 

Todas las personas podemos ser parte actora en cualquiera de ellas y así contribuir a su reproducción porque cada una interactúa con las otras, se encadenan, se refuerzan, compiten entre sí”, señaló. 

Sin embargo, pareciera que nadie está dispuesto a hacerse cargo. “Eso tiene que ver con la dinámica omnipresente de las violencias. Las personas nos ubicamos como si fuera un fenómeno absolutamente externo al que evaluamos desde cierta ´superioridad moral´. Entonces las personas violentas, las malas personas son siempre las otras”. 

Para la especialista, ese sesgo perceptivo “nos coloca a resguardo de toda responsabilidad frente a estos dramas humanos. Los cotidianos y rutinarios como los chismes y la difamación por ejemplo y los más tremendos y excepcionales como las que producen muertes”. 

Si bien todas dañan, el potencial de daño es lo que más las define. “Podemos aislar factores que explican cada tipo de violencia y generar acciones para combatirla pero en general, es un dato de la realidad, no se llega a evitar todos los casos. Por eso un mundo libre de toda discriminación y violencia es una utopía, y como sabemos hacia allí queremos ir, las utopías sirven para caminar, para dirigir nuestra acción”.

Los golpes en patota se producían antes de la muerte de Fernando y se siguen produciendo ahora. ¿Cómo se podría desaprender esa violencia? 

Aprender y desaprender se dan juntos. Aprender produce cambios, es una gran palabra y nos permite dimensionar que éste caso tan tremendo es un emergente de dispositivos de socialización de género como la familia, el club, la escuela, el boliche, la tv. Son dispositivos pedagógicos, producen un deber ser que se traduce en mandatos, a veces contradictorios entre sí. Ejercer y/o tolerar la crueldad es algo que se aprende, incluso la tolerancia es muchas veces tal que ni siquiera se percibe la violencia que encierran determinadas afirmaciones, gestos, prácticas de desprecio y humillación. Desaprender requiere tomar conciencia de que determinadas prácticas son aprendidas, que su significado se puede transformar, que tienen una historia, constituyen un entramado que hay que destejer para poder comprender y reflexionar para no repetir. Desaprender no es olvidarse de lo aprendido sino más bien lo contrario, es recuperarlo desde otro lugar para convertirlo en otra cosa más compleja. No es tan diferente que aprender, tal vez la práctica social más relevante y garante de vitalidad que tenemos los seres humanos. Nada más desvitalizante  que esas personas que se ubican en el lugar de sabelotodo y quieren “enseñarnos la verdad”, iluminarnos la vida. En fin, desaprender es también en definitiva aprender, seguir preguntando, y tolerando el no saberlo todo ni poder comprenderlo todo. 

Pedagogía de la crueldad 

Respecto al caso de Fernando Báez Sosa, mencionó que la opinión pública reaccionó al despliegue mediático y reclamó “un castigo ejemplar como solución última a este drama social que mezcla aspectos de prejuicio y discriminación raciales, de clase, y también algo  no muy explorado en relación a esta clásica disputa entre la capital vs. Interior. Es decir, cierta convergencia de disputas identitarias y todo un entrenamiento de esta patota con una fuerte cohesión interna, que en su pueblo aparentemente gozaba de impunidad, y en definitiva hacía de las peleas una especie de forma de entretenimiento, su forma preferida de desplegar sus credenciales de machos, dueños del territorio”.

“Pero bien, ese despliegue se legitima con una audiencia que es espectadora. No solo los golpes sino también filmar esas escenas cruentas aparece como una práctica habitual en muchos grupos sociales. Esa indolencia es un poco parte del crimen. Una sociedad observadora, comentadora de la crueldad, ubicada como mera consumidora de imágenes sin capacidad de articular una mínima acción que dé por finalizado el ataque, que se repite de manera interminable. Eso es también una pedagogía de la crueldad que no parece desarticularse”, advirtió.

¿El problema entonces son solo los `monstruos`? ¿O la pasividad de ´la gente de bien´ también lo es?”, se preguntó. 

Un relato reproductor de violencia 

¿Cómo viste el relato del crimen. De un lado parece que hubiera un grupo de monstruos y del otro la víctima perfecta entonces no hay nada para pensar?

El relato me parece un poco así en clave buenos –muy buenos– contra malos –muy malos–. Un relato reproductor de violencia que piensa al ser humano como esencia inmodificable. Así como la patota –que no es la suma de las individualidades sino mucho más que eso, porque del individuo al grupo hay un salto enorme de escala y son dos formas de funcionamiento absolutamente diferentes– construyó en minutos a Baez Sosa como enemigo casi no humano, también aquí se construye a cada uno de los integrantes de la patota como igualmente asesinos, despreciables, etc. y se pide para todos la misma pena. En fin, de nuevo, cierta impunidad selectiva e hipócrita. Primero porque justicia es a cada cual lo suyo, no para todos lo mismo y también porque sabemos que hubo en la Argentina muchos crímenes igual de espantosos, mancomundados, contra jovencitos o jovencitas de sectores populares que no han tenido siquiera una nota en un diario más o menos relevante, que han quedado en el más absoluto olvido y no es que ponga alguna expectativa especial en los medios o en el sistema penal pero sabemos que ante una pérdida humana tan terrible, la impunidad es un castigo más para las familias, algo muy doloroso y que interfiere mucho en el proceso de duelo. La impunidad no es gratis, se paga con más dolor. 

El tema va más allá de lo penal y de lo que pase en el juicio. “Hay mucho que pensar y volver a preguntar, esto de la permanencia de la impunidad selectiva, de las dificultades que tenemos las personas ante estos problemas para reflexionar en otra clave que no sea castigo e incluso castigo con extrema crueldad. En muchos medios hablan de las torturas que les espera en el penal a los acusados. Algo horroroso”. 

Berruti profundizó en esa idea y observó que existe “cierta beligerancia desbocada y con cierto placer que no permite hacer ninguna pregunta. Volvemos a este tema de cómo las personas tendemos a juzgar y llegar a conclusiones sobre los demás muy rápidamente y nos cuesta mucho detenernos a pensar y esforzarnos, empeñarnos primero en hacer mejor las cosas nosotras. Creo que eso también puede ser muy contagioso como lo es la violencia y no le damos mucho crédito. Nos da más por seguir ensalzando otro tipo de formas de ser como esto de la moral de podio: definir todo como una contienda con ganadores y perdedores, ensalzamos comportamientos prepotentes o formas de ejercicio del poder excluyentes o arbitrarias, formas que han demostrado ser muy inútiles para construir mundos más amables”.

No hay derecho a actuar como un juez implacable 

Luego, se refirió a lo que sucede en el trabajo que realizan cotidianamente en la dirección de Políticas de Género con varones que ejercieron violencia contra sus parejas. “Solo escuchar sin juzgar hace la diferencia. Ellos encuentran un lugar donde pueden intentar relacionarse de otra manera, desarmar esos mandatos de ser el varón dominante, poder reconocer sus miedos, con toda la dificultad que eso conlleva”.

“Mientras están en esos espacios, la violencia decrece y eso es muy potente en cuanto a la protección que implica para las mujeres pero también para ellos mismos, para que puedan apostar por otras formas de vincularse no solo con las mujeres sino también entre ellos. No podemos luchar contra la violencia si pensamos que las personas no pueden cambiar, que son esencialmente buenas o malas ni tampoco podemos plantear los abordajes como individuales y meramente en términos de víctima/ Victimario. Protección y sanción”, indicó. 

Tampoco se puede pretender una solución desde un único sector “porque es asumir esos términos dicotómicos mutuamente excluyentes como valederos. Eso sería reproducir la dinámica del prejuicio y la discriminación. No podemos arrogarnos el derecho de actuar con los demás como jueces implacables, infalibles ni en lo profesional ni en lo personal”. 

“Creo que la primera responsabilidad que tenemos es revisar las categorías que usamos para percibir las situaciones y las personas más que estar tan pendientes con nuestro dedo acusador siempre apuntando hacia afuera. No me preocupa tanto la falta de inteligencia, de reflexión de esas posturas simplistas, en el mejor de los casos, como su enorme inutilidad en términos de prevención de las violencias”, concluyó.


Cómo colaborar con Región Mar del Plata