Así son las torturas en el penal de Batán

Abusos, falta de asistencia médica y violencia.
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Un grupo de mujeres trans alojadas en la Unidad Penal 44 denunciaron torturas, malos tratos y falta de atención sanitaria. Se trata de situaciones que se repiten en los penales de la provincia de Buenos Aires sobre las cuales, año tras año, advierten organizaciones como la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) y la Comisión Provincial por la Memoria (CPM). 

Ante la situación, la Red por el Reconocimiento del Trabajo Sexual y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (FIT Unidad) expusieron la situación, la elevaron al INADI y a la Comisión Provincial por la Memoria y solicitaron una inspección al penal.

La Red advirtió que son doce las mujeres que atraviesan “abuso policial, abusos sexuales durante las requisas, tratos humillantes y abandono. Quienes ejercen violencia son los dos encargados del pabellón y el jefe de requisa”.

Así es la tortura 

Una de las mujeres relató lo que viven cada día aunque prefirió no dar su nombre por temor a una represalia. La mujer pasó por un penal bonaerense donde estuvo en buzones –como le llaman al aislamiento– durante tres meses

Sin embargo, el calvario no terminó cuando llegó al penal de Batán. Allí, descubrió que el encierro podía ser más violento: “A las siete de la mañana nos levantan. Nos bañamos y antes de ir a la escuela nos encierran en un cuarto. Nos hacen desnudar, hacer sentadillas, abrir la boca y la cola para ver si tenemos drogas”. 

Una vez que están en clase, si salen para ir al baño o a otro sitio, la requisa se repite y cuando vuelven a las celdas ocurre lo mismo. “Es un seguimiento las veinticuatro horas como si estuviéramos en la calle. No podemos salir del pabellón por las requisas”, afirmó. 

Si bien entendió que este de tipo de controles son parte del protocolo de una prisión, pidió que sean más razonables y sin encono: “Hasta me rompieron las zapatillas para ver si tengo algo escondido”, dijo y aclaró que es imposible que tengan droga si ni siquiera reciben visitas. 

“No entiendo de dónde se les pone en la cabeza que hacemos un movimiento de droga. Quizás sea una excusa porque ellos deben saber muy bien por dónde entra y lo hagan para desviar o tapar la chanchada”, indicó. 

Rompen hasta los medicamentos 

La mujer también contó que las requisas se dan dentro de las celdas del pabellón. Allí les rompen cosas, les tiran las pertenencias y la medicación de las internas que padecen HIV al suelo. “La pisotean y la rompen a propósito”. 

Después las obligan a juntarlas y a ponerlas en el envase. “Quieren que la sigan consumiendo y están sucias. Una persona con HIV tiene riesgo de cualquier cosa, cualquier virus la puede terminar matando”. 

Otro de los abusos se da con las cajas de comida que les mandan las familias. No dejan que ingresen perfumes ni cremas. A los lácteos las obligan a pasarlos a otros envases y pierden la cadena de frío. Tampoco dejan ingresar frutas. “Nosotras sabemos cómo está la situación y lo que cuesta hasta un paquete de galletitas. Nuestras familias nos lo mandan con todo el sacrificio del mundo”, señaló y explicó que muchas veces quedan en la oficina de los guardias. 

Las mujeres además denunciaron la falta de atención a Talhía, una de sus compañeras que presentaba problemas de salud hacía días y sólo le habían dado un ibuprofeno. Luego, cuando la situación se hizo pública, la trasladaron al Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA). Todavía no tienen información acerca del diagnóstico ni de su estado.   

“No podemos más. Es una situación de porquería. Estamos doblemente presas porque encima que estamos encerradas dentro de cuatro paredes, cada vez que salimos nos tienen que requisar. A veces me siento violada”, describió la mujer. 


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