El problema es la pobreza, no el embarazo adolescente

El concepto es de la especialista Cecilia Rustoyburu. A qué se enfrentan las jóvenes, la necesidad de que las madres no críen solas y el rol del estado.
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Un millón y medio de adolescentes dan a luz cada año en el mundo según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, en inglés). El 18 % de los nacimientos en América Latina corresponden a madres menores de 20 años.

En Argentina, la Dirección de Estadísticas e Información de la Salud (DEIS), determinó en 2018 que se producían 10 partos por hora de adolescentes. El 70% no son intencionales y, según el Plan Nacional de Prevención del Embarazo no Intencional en la Adolescencia 2017-2019 (ENIA), una de cada cuatro de las mujeres que tuvo su primer hijo en esa etapa tendrá el segundo antes de los 19 años. El Ministerio de Salud de la Nación, en tanto, alerta que en el 80% de las maternidades públicas del país, el 29% de las adolescentes fue madre por segunda o tercera vez antes de los 20.

Cecilia Rustoyburu, investigadora del CONICET y docente en la UNMDP integra el Grupo de Investigación sobre Familia, Género y Subjetividades y dialogó con Región Mar del Plata acerca de esta problemática.

Cada experiencia de embarazo está atravesada "no sólo por la edad sino por la clase social, la situación familiar y el nivel educativo, entre otras variables. Sin embargo, podemos pensar que muchas de esas jóvenes se enfrentan a miedos, incertidumbres y estigmas", indicó.

Si bien no es posible hacer una generalización, no todas disponen de información para decidir si continuar o no con el embarazo. "En Mar del Plata, hay espacios de atención especializados que podríamos denominar como `amigables`. El consultorio del Programa Municipal de Salud Integral en la Adolescencia, muchos de los CAPS donde hay profesionales de la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir, y la consejería en salud sexual y reproductiva del HIEMI tienen perspectiva de género y de derechos".

Entre las causas que llevan a un embarazo a temprana edad, la especialista mencionó que muchos conocen los métodos anticonceptivos pero no los usan. "Muchas veces suponen que no les va a pasar y adoptan comportamientos riesgosos", dijo Rustoyburu y advirtió que en este punto es importante tener en cuenta las desigualdades de género "porque media el poder que las adolescentes pueden ejercer en la intimidad con sus parejas para pedirles que usen preservativo".

"También puede ser que sí se cuiden pero les falle el método: porque olvidaron tomar la pastilla, porque fueron al centro de salud y no había inyectables, o se interrumpió porque tomaron antibióticos o estuvieron con diarrea", puntualizó.

Luego, señaló que la ESI tuvo un fuerte impulso y que este tema es uno de los más abordados. "Sin embargo, hay una distancia entre abordar los contenidos en el aula y la apropiación de esos saberes por parte de les adolescentes. Es importante que en las escuelas se trabaje a partir de la problematización de las experiencias, de las prácticas sexuales y de las miradas de les jóvenes".

Las tasas superaban a las de países de la región
El país tiene un plan, ENIA, para evitar embarazos no intencionales. ¿Funciona? "El plan ENIA fue creado durante la gestión de Macri como respuesta a una serie de acuerdos internacionales asumidos por nuestro país en 2017. Se había detectado que, en Argentina, en la última década habían aumentado los embarazos en la adolescencia. Nuestras tasas de natalidad en esa franja etaria superaban a Uruguay y Chile, y los organismos internacionales presionaron para que se implementen políticas para disminuir esos índices", expresó.

"Fue un programa centrado inicialmente en algunas provincias, con un eje centrado en la ESI y otro en la distribución de anticonceptivos de larga duración. Ingresaron al país los primeros implantes anticonceptivos de la marca Implanon, para adolescentes de entre 14 y 19 sin obra social y que hayan cursado al menos un embarazo. Luego, se amplió y hoy pueden recibirlos gratuitamente todas las menores de 24 años", detalló.

Rustoyburu, quien además trabaja sobre temas vinculados a salud sexual y reproductiva en la adolescencia y la medicalización de la infancia, describió a este anticonceptivo como un método pensado para mujeres que tienen poca adherencia: que no pueden tomar una pastilla diariamente. Se creó para ser implementado en países pobres, o en sectores sociales desfavorecidos, donde no hay acceso frecuente al sistema de salud. Son colocados por un profesional, debajo de la piel del brazo, y su eficacia dura 3 años. No necesita controles, ni ninguna acción por parte de la usuaria.

Los efectos adversos
En Mar del Plata, se implementó en los hospitales y en las salitas. "Es un método moderno y efectivo, pero suele provocar muchos efectos adversos. Y uno de los problemas más frecuentes que narran quienes lo usan es que encuentran barreras, en el sistema de salud, para quitárselo. Como se trata de un método caro, se intenta que soporten las alteraciones menstruales, los dolores de cabeza, los cambios de ánimo o el aumento de peso".

¿Cómo debería ser el plan del estado o qué programa se aplica en otros países que tenga más en cuenta a la mujer?
-La clave está en fortalecer las consejerías en salud sexual y reproductiva. Es decir, que las usuarias reciban toda la información necesaria. Esto permite que el método sea mejor aceptado, porque saben desde el principio que podrá generarles algunos de esos efectos. Y también es importante respetar la capacidad de decisión de cada mujer.

"A fines de la década del ochenta, el movimiento internacional por la salud de las mujeres realizó un estudio sobre el uso de implantes anticonceptivos en varios países y publicaron una serie de recomendaciones, que luego la OMS las retomó. Allí ponían el acento en el acceso a la información, en la firma de un consentimiento informado en el momento de la colocación y en garantizar centros de salud donde puedan realizarse extracciones", señaló.

Pánico moral
El embarazo adolescente se aborda siempre como si fuera no deseado, incluso como si fuera una patología y la mujer embarazada suele ser estigmatizada. Rustoyburu sostuvo que las rezones se remontan a la década del 50 cuando el embarazo en la adolescencia se convirtió en un problema de salud pública.

"Esta lectura no está asociada con indicadores fisiológicos, porque no hay riesgos en ese sentido, sino con un pánico moral, en una época en que las relaciones sexuales pre matrimoniales y las parejas de hecho se desvaloraban.

Setenta años después todavía se piensa que un embarazo a esa edad tiende a reproducir la pobreza porque aumenta las posibilidades de deserción escolar de las madres. No obstante, la especialista sostuvo que las investigaciones han determinado que no es así. "Las jóvenes de sectores empobrecidos suelen tener trayectorias similares se embaracen o no. Por otro lado, se ha identificado que en muchos casos esa experiencia supuso que construyan un proyecto de vida independiente que implicó superación y aumento de la autoestima".

"En otras palabras, se afirma que es adultocéntrico y sociocéntrico (es una mirada muy de clase media) suponer que el embarazo en la adolescencia es una tragedia. El problema es la pobreza, no el embarazo. Y la crianza solo asociada a la maternidad, que puede implicar que la madre quede muy sola y deba abandonar cualquier otro proyecto y aspiraciones", afirmó.

"Entonces lo que debemos combatir es la desigualdad, la pobreza. Y fortalecer las prácticas de crianza compartida entre ambos padres, pero también comunitariamente. Con esto no quiero decir que sean otras mujeres las que cuiden, sin salario. Sino que es necesario crear jardines maternales y espacios de cuidado estatales", argumentó.


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